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Partida de guiñote

Publicado en 17 Diciembre 2012 por María Pilar Clau

La baraja huele a familia y a amigos;
sabe a fiesta, a competición, a nervios.
Las cartas de la baraja son brillantes como la Navidad
y bulliciosas como las tardes de domingo en invierno en el bar de Laluenga cuando éramos adolescentes.

La baraja huele a yaya Cándida y a yaya Concha, y a papá.
Y ahora también a Feli, a Luis y a Eloy.
Las cartas de la baraja saben a leche de soja con colacao
y son dulces como las castañas de mazapán.

Lo que más me gusta de jugar al guiñote
son las miradas: Suben y bajan del tapete a las manos
y de las manos a los ojos del compañero, que es el que está enfrente.
Y de los ojos del compañero a los de los contrincantes.

Ocho ojos que no dejan de mirar ni de expresar.
Unos delatan más que otros.
Y cuando no son los ojos, son las sonrisas contenidas
o las muestras de decepción.

“¡Las cuarenta!”
A quien las canta se le ensancha el estómago.
Y brindan sus ojos y los del compañero con el mejor champán.
Los contrincantes se miran también el uno al otro,
pero rápidamente vuelven la mirada a las cartas.

Al final: todos ganan.
Porque a todas las miradas de la partida se ha asomado la esencia,
esa que estaba siempre a la intemperie en nuestra niñez.
Y esa esencia, al acabar, canta las cuarenta a los adultos que nos hemos vuelto.

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